Cuando no haces nada, estás peor que cuando haces algo y resulta mal. Una de las situaciones más incómodas a las que se enfrenta una persona es aquella de sentir que su vida es vacía, que no puede avanzar hacia lo que quiere, que eso que desea se le escapa de las manos. Creemos que la vida nos lo arrebata, pero la mayoría de las veces, sin embargo, es nuestra responsabilidad.
Una de las creencias limitantes más arraigadas en la cultura, especialmente en Latinoamérica, es esa de que cuanto nos sucede en la vida es fruto del destino, de un Dios, de las travesuras de los astros o, por último, de la casualidad. Y no es así, en ninguno de los casos: no somos marionetas del universo, a los que unos maquiavélicos terceros nos mueven a su antojo, caprichosamente.
¡No, no es así! Todo, absolutamente todo lo que sucede en tu vida, lo malo y lo bueno, lo positivo y lo negativo, es fruto de lo que haces. O, por supuesto, de lo que dejas de hacer. Más de esto último, repito. Te doy un ejemplo: si plantas un árbol y nunca más lo riegas, lo cuidas, él podrá mantenerse por un tiempo, pero llegará el momento en que se quiebre, se seque, deje de dar frutos.
A los seres humanos nos sucede exactamente lo mismo. Imagina que fuiste a la escuela primaria y por cualquier razón jamás volviste a nutrir tu conocimiento, a aprender algo más. Por supuesto, el resultado lógico es que te equivoques más seguido y más feo que cualquier otro ser humano que, por ejemplo, haya completado al menos la secundaria. Y la escala sigue con la universidad y demás.
La base es el conocimiento, lo que hay en tu mente, esas herramientas y recursos que te sirven para enfrentar la vida, para intentar gestionar las dificultades que se presentan en tu camino. El problema es que la mayor parte de ese conocimiento está conformado por las creencias limitantes que nuestros padres, nuestros maestros y otras fuentes (los medios, internet) nos grabaron en la mente.
Porque, por ejemplo, nadie nace prejuicioso, nadie nace racista, nadie nace violento y agresivo con las mujeres, nadie nace corrupto y tramposo. Como tampoco nadie nace exitoso, nadie nace feliz, nadie nace arquitecto o abogado, nadie nace deportista o sacerdote. Todos venimos con la misma configuración, es decir, con las mismas posibilidades, capacitados para conseguir lo que deseamos.
Y, que valga decirlo, nada tiene que ver con si naces en un ambiente pobre o en cuna de oro, si lo haces en Argentina o en Portugal, si eres hombre o mujer. ¡Nada tiene que ver! Todos, sin excepción, tenemos las mismas posibilidades, las mismas capacidades. Es cierto, claro, que para algunos la vida no es fácil, que hay mayores dificultades, que hay limitaciones que complican.
Sin embargo, y podemos enumerar mil y un casos que lo confirmen, es posible superar esas dificultades, esas limitaciones. El expresidente estadounidense Barack Obama es un ejemplo de ello, o también lo han sido cientos de deportistas de cuna humilde, escaso nivel educativo y pocas oportunidades que gracias a su persistencia y resiliencia lograron lo que deseaban, y algo más.
Entonces, repito, no basta con ese conocimiento básico, con el que fue grabado en nuestra mente sin consultarnos, sin pedirnos permiso. Se requiere agregar más contenido, mucho contenido de valor, de calidad. Y ten presente que no hablo solo de cantidad, sino especialmente de calidad, es decir, aquel que te sirva para crecer como persona, que esté conectado con tus dones, talentos y pasiones.
Ahora, bien, necesitas saber que no se trata solo de conocimiento, de teoría: también urge aprender a desarrollar las habilidades, a potenciarlas, porque son ellas las que te van a permitir sacar provecho del conocimiento. El conocimiento te dice qué debes hacer y la habilidad, cómo hacerlo, como ponerlo en práctica. Son una unidad indivisible, requieres las dos al ciento por ciento.
Puedes comprar por internet un dron de última tecnología y presumir ante tus amigos y tus vecinos. Sin embargo, solo harás el ridículo si no consigues que el aparato vuele, que capte imágenes, que grabe un video. ¿Lo entiendes? El conocimiento de saber que esa herramienta te sirve es importante, pero solo podrás aprovecharlas si sabes cómo volarla, cómo disfrutarla.
En medio del uno (el conocimiento) y de la otra (la habilidad) está la práctica, que es como el pegamento, lo que las une. La práctica es indispensable porque no todos somos iguales, a pesar de que, como mencioné antes, todos tenemos la misma configuración. Sin embargo, no todos tenemos las mismas habilidades, así que requerimos la práctica para desarrollar unas y potenciar otras.
Es probable que la vida te halla regalado dones y talento para cantar o para dibujar. ¡Perfecto, te felicito! Sin embargo, si no desarrollas esas habilidades, si no adquieres conocimiento específico, si no practicas horas y horas, te quedarás en el nivel aficionado y jamás podrás sobresalir o ser una gran estrella profesional, si eso es lo que deseas. ¿Ves? Conocimiento, habilidades y práctica.
La práctica, además, encierra una valiosa virtud: aprender del error. Muchas personas no hacen nada por miedo al error, por miedo a la crítica, por miedo a perder dinero. Pensar así es la gran equivocación, porque el aprendizaje más preciado es el que surge del error. Ya sabes cómo no hacerlo, ya sabes cuál no es el camino, ya sabes que con esa estrategia no obtienes resultados.
¿Entiendes? Y más temprano que tarde conocerás la otra cara de la moneda, la que te enseñará lo positivo, el sí. Ya sabes que sí funciona, ya sabes que por ahí sí hay resultados, ya sabes que el conocimiento sí sirve y que sí posees las habilidades. Por eso, como lo mencioné al comienzo, es más importante, más valioso, hacer y errar, y volver a errar, que no hacer nada. Hacer es aprender.
Y, amigas y amigos, llegamos a este mundo para aprender. Todos nacemos con las capacidades necesarias para aprender lo que queramos, absolutamente todo lo que queramos. Pero, solo unos pocos aprendemos lo que deseamos: la mayoría se conforma con lo que han programado en su mente, que por lo general va en contravía de sus dones y talentos, y por eso su vida es triste.
Por lo que constato un dilema: tantas personas que saben que no tienen la vida que desean, pero que no hacen nada, absolutamente nada, para cambiarla. Y lo más preocupante, lo más triste, es que hay quienes poseen el conocimiento y no lo aprovechan.
Pero hay personas que han aplicado lo aprendido ya vieron resultados positivos en su vida, ya comenzaron a transformarla. Ninguna formación servirá si, al final, no haces lo tuyo, si no practicas, si no erras y aprendes.
Cuando no haces nada, estás peor que cuando haces algo y resulta mal. Y más en el caso de que hayas invertido tiempo y dinero en alguna formación. La teoría por sí misma no hace milagros: los milagros son fruto de la acción, de la convicción, de la pasión, del empoderamiento, de tu capacidad para luchar cada día por lo que deseas, sin rendirte, sin dejarte vencer por las adversidades.
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