La tecnología domina nuestras vidas. Nos despertamos con ella y nos acostamos con ella. Las grandes empresas como Facebook o Youtube manipulan sus algoritmos para que los usuarios aumenten el uso de su producto, se enganchen más, y ellos puedan aumentar sus ganancias a través de la publicidad. Para los niños, el problema es mayor: debido al uso constante de dispositivos, el 50% de los adolescentes se considera adictos; el 48% de los que pasan más de cinco horas con su teléfono ha reportado sentimientos de depresión, aislamiento o suicidio.
Con ese prisma alertan sobre los peligros de la tecnología un grupo de exempleados de estas empresas, que ahora lideran una iniciativa por Estados Unidos para informar de las repercusiones sociales que supone la constante conectividad a la que vivimos sujetos. “El incentivo es atrapar nuestra atención y monetizarla a través de contratos publicitarios, sin importar lo bueno que sean para los humanos. Debemos girar el objetivo hacia el bien común y exigir responsabilidades a los líderes de la industria”, defendió esta semana en Tristan Harris, exingeniero de Google e impulsor de la nueva campaña, lanzada en Washington.
“Es hora de que se regule a la industria tecnológica para que haya un equilibrio entre las ventajas y desventajas sobre el uso de los dispositivos digitales”, afirmó James Steyer, director y fundador de Common Sense Media, una ONG que promueve la seguridad en las redes. Otro de los ponentes comparó la industria tecnológica a la del tabaco o el alcohol: “Es un producto adictivo y, por tanto, debe ser regulado como tal”.
Los datos son rompedores. La tecnología tiene efectos negativos a nivel individual, social y político. El 27% de los adultos se considera adictos; el 48% se ve en la necesidad de contestar inmediatamente a mensajes o alertas de sus redes sociales. Las cifras entre adolescentes son del 50% y el 72%, respectivamente. Además, en torno al 75% de los padres afirman que discuten con sus hijos por el uso de los móviles.
Más allá de las cifras, la dependencia de la tecnología conlleva otros efectos emocionales y culturales. “Vivimos en un ambiente diseñado por Samsung y Apple. Es un drama existencial. La tecnología nos separa de nuestros padres, de nuestros amigos y hasta nos quita horas de sueño. Es una industria basada en la extracción”, defendió Harris. El uso permanente de ordenadores, tabletas y teléfonos también conlleva una pérdida gradual de habilidades como la planificación y organización o la toma de decisiones, y aumenta la impulsividad y el nerviosismo.
En el plano político, las recientes elecciones suponen un buen ejemplo para Steyer y Harris. Tras la demostrada injerencia rusa a través de Facebook y Twitter, las cifras confirman la susceptibilidad a caer en mentiras. El 67% de los estadounidenses obtiene sus noticias a través de las redes sociales. Y solo el 44% de los niños entre las edades de 10 y 18 saben diferenciar una noticia real de una falsa.
Los más jóvenes son los más vulnerables a la capacidad de enganche con la que las grandes empresas diseñan sus productos. “Las faceta de Youtube que encadena un vídeo detrás de otro, o el mecanismo de ‘like’ en Instagram, en el que solo hay que tocar dos veces la pantalla, son mecanismos para captar al consumidor”, explicó Harris. El experto contrastó ese tipo de “apps” con otras como Google Maps, que ofrecen una herramienta útil para el consumidor durante un determinado momento sin generar adicción.
La solución para revertir el daño social, según este pequeño colectivo, es la regulación de las grandes tecnológicas. “El Gobierno debe espabilar y aumentar su presencia en el campo de la tecnología para solucionar esta crisis. Las compañías deben hacer más por realizar mejores diseños y apps, que incentiven un buen uso pero no enganchen”, defendió el senador demócrata Mark Warner. “Es un modelo empresarial basado en engatusar a los niños desde pequeños. Los niños no pueden ser parte del sistema. Debemos protegerles”, corroboró Ed Markey, otro senador progresista.
Tras más de una década de popularidad, Facebook y otros se enfrentan a este debate que comienza a tener tracción en EE UU. “Es un problema moral. Debemos reinventar el sistema para que sea positivo no para los bolsillos de los directivos de estas empresas, sino para el conjunto de la sociedad”, dijo Harris.